Universo 5

Deseo.

Ya no estaba conmigo, pero la forma de su cuerpo en el lado derecho de mi cama, era un recuerdo demasiado real. Fuera estaba lloviendo, los cristales tiznados de la suite lloraban conmigo. El recuerdo puede llegar a ser muy doloroso, puede llegar a enloquecer. Pero era lo único que dejaste. Llevo varios días encerrado, ya no recuerdo cuantos, vivo en la oscuridad de la impersonal habitación de hotel que tantas noches compartimos. Cuanto más pienso en ti, más te pierdes, más te alejas. Fuiste real o sólo el sueño hecho realidad de mi subconsciente. A pesar de todo sé que llamarás, no puedo asegurar que alguna vez hayas existido, pero tengo la certeza de que el teléfono sonará y al otro lado de la linea se oirá tu voz.

Las llamadas de Julio se acumulaban, en fríos mensajes de contestador en mi número privado en Viena. Me amenazaba con el despido si no volvía a trabajar, no puede entender que tu eras el motivo, la esencia. Que sin ti puede meterse su sucio dinero donde le quepa. Asomarme a la fría ventana era una grata distracción, las calles de Tokio, frenéticas, inmensas me ofrecían todo el espectáculo visual que podía asimilar en mi estado.

Releo una y otra vez la carta certificada en la que con un lenguaje muy formal y cortes se notifica tu desaparición en Argentina. Simplemente una hoja con el sello oficial de la embajada, y la promesa de que los esfuerzos por encontrarte no cesarán. Pero yo sé que llamarás.

En la habitación aun se respira tu aroma, se escucha tu risa y te veo en tus cosas. Aun no había superado tu traición, ese golpe bajo y ruin que sólo consiguió acrecentar mi excitación al pensar en ti. Julio cree que no lo sé, pero resultaba tan evidente que era un insulto.

Los transeúntes, diminutos, como frágiles pedazos de vida a la deriva, abarrotaban hasta el último centímetro de acera, todos despreocupados, con sus impermeables y sus mascarillas anti-gérmenes. El teléfono llevaba sonando más de cinco minutos, pero ya no había nadie para contestarlo, tu ya no estabas y mi destrozado cuerpo estaba retorcido, irreconocible, ocupando un espacio en la acera, antes lleno de diminutos transeúntes.

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