Universo 15

Uróboros II.

El despertar de Hector.


¿Helena? no es suficiente con arder en el infierno. ¿Es necesario que tu lo veas?

Era verdad que no podía volver a luchar, ni siquiera Helena podría convencerle, no quería verla, no quería oirla, no quería volver a vivir. Había aceptado la comodidad de su condena eterna, lebre de todas sus antiguas responsabilidades.

Ella querría tenerle de nuevo, le pediría que luchará de nuevo, que viviera de nuevo y no estaba dispuesto a hacerlo. Tendría que enfrentarse a Helena, eso le desagradaba, sería un enfrentamiento cruento y nadie ganaría. Maldita chispa, maldito rescoldo incandescente, recuerdo de vidas anteriores.

Helena no volvió a decir nada, su figura se agrando hasta doblar en altura a Hector. Un fulgor aperecío de su cadera, brillante como el sol, forjada por el deforme Hefesto. Aurora, la espada de Helena, centelleo hacia la muñeca de Hector y seccionó por igual piedra y tendones. Su mano quedó colgando hecha jiroenes, la sangre corría a borbotones, el dolor era intenso, pero el miembro estaba libre después de eones.

Hector aulló, más de rabia que de dolor. Quien le daba derecho a nadie a liberarle, quien desafiaba la voluntad de la serpiente. Helena no pararía, Aurora centelleó hacía su otra mano, la piedra y la carne saltaron en pedazos. Estaba libre.

Saltó sobre Helena, loco de ira sin darse cuenta que con su ataque volvía a la vida y perdía la batalla antes de empezarla. Rechazó el dolor que le provocaban los cortes del acero, arañó, mordió, golpeó sin siquiera ver a su oponente. Sólo cuando sintió el sabor metálico de la sangre en la boca, pudo parar.

El cuerpo de Helena llacía magullado a sus pies, ahora parecía mucho más pequeño y debil. En la cara se adivinaba una sonrisa, un gesto de triunfo. En ese momento se percató de su derrota, con su reacción había vuelto, había despertado sus instintos, había renacido. Miró enternecido a Helena, se arrodilló a su lado y la beso en los labios. En ese momento la luz dorada, celestial regresó a ella, con tal intensidad que tuvo que apartar la vista de su cuerpo.

Se irguió ante él impoluta, sin ningún recuerdo de su furioso ataque. Era una visión bellísima, que le reconfortaba y le infundía nuevas fuerzas.

- Gracias Hector, por darme lo que he venido a buscar. Ahora necesito que luches, que hagas aquello para lo que has nacido, busca a la serpiente y traeme su cabeza -.

Helena desapareció, pero no su luz. Ahora Hector podía ver, se encontraba en una sala con una única puerta lisa, sin pomo. Por las rendijas de la puerta entraba una fuerte luz. Su cerebro empezó a herbir, avido de ejercicio, hambriento ante el reto que suponía buscar una salida.

Sonrió en cuanto vió la frase escrita en la pared a su derecha. Las palabras escritas con sangre reseca, estaban en griego. "El nombre del guardian abrira la puerta".

Con la sangre que todavía manaba de sus manos, escribió en la puerta "Cerberus". Una suave brisa entró en la habitación cuando la puerta se abrió. Fuera brillaba el sol. Desnudo entró en la luz, sus pies se hundieron en la fina arena de una duna.

Estaba en un desierto, bajo un sol abrasador. Sin mirar atrás comenzó a andar. De momento no sentía ninguna necesidad fisiológica, no tenía sed, hambre, frío, calor, sueño. Sólo tenía que preocuparse de seguir andando hasta que algo pasara. Algo en su interior le decía que el paseo no sería corto.

Fin del segundo acto, continuará...

Universo 14

Uróboros.

Helena.

Vida y muerte cíclica, eso es el uróboro, principio y fin, oscuridad y luz. Resurrección. Llegado a este punto, estaba perdido, su alma podrida, hacía tiempo que había huido, no la necesitaba, era una traidora.

La serpiente estaba a punto de alcanzar su cola, al morderla se cerraría el circulo todo se reduciría a cenizas, el mundo tal y como lo conocía se reduciría a cenizas, su propia existencia se reduciría a cenizas. El fuego de la serpiente quema y destruye, pero también da vida, igual que el rayo que provoca el incendio en el bosque lo arrasa y lo regenera.

Maldito como estaba, abandonado, repudiado, consumido y arrojado por su Rey al foso del olvido, qué le quedaba. Nadie podría acusarle de no oponerse a la serpiente, de dejarse llevar para que el fuego calcinará su carne y todo empezara de nuevo. No podía imaginar que ocurriría si la serpiente no alcanzara su objetivo, si no se cerrara el circulo.

La devastación le engullía, no era capaz de ver nada que estuviera más alejado de la punta de sus dedos. Por qué no veía o por qué no había nada que ver. El pecado no podía verse, pero lo sentía como una tenia que mordiera inexorable la carne. Sus miembros putrefactos habían perdido la piel y la carne de debajo era traslucida. Aun así cuando Cuervo vino a verle ni siquiera arrancó un pedazo, se posó en su hombro durante un largo tiempo, graznó en su oído, lo más fuerte que pudo y no volvió.

Salvo por Cuervo no había tenido más visitas, ni Minos, ni Catón habían tenido la cortesía de venir a mofarse de su loca mente. Había intentado varias veces soltar sus manos, pero estaban fundidas en la roca de tal forma que no se podía distinguir que era piedra y que era carne. Fuego de día, hielo de noche. El Héroe, así le llamaban, ya no existía, de él no quedaba nada, o eso pensaba, hasta que se percató que si volvía sus ojos y miraba dentro de su cabeza era capaz de ver una chispa. Era algo insignificante, y al principio pensó que sólo era un resto de consciencia. Tomó como costumbre observar esa chispa de vez en cuando, eso le hacía sentir algo nuevo, y le recordaba lo que era ver la luz.

La chispa empezó a palpitar, quizás siempre hubiera palpitado, pero hasta ahora no lo había advertido. Parecía que con cada pálpito la chispa crecía. Era algo insignificante, inapreciable pero crecía. Ya no miraba al exterior donde nada había, no podía apartar la vista de esa chispa, que ahora parecía tener forma, a pesar de su diminuto tamaño se podía apreciar una silueta cada vez más definida.

Sus nervios como diminutos obreros empezaron a construir sensaciones, algo parecido al dolor, y algo parecido al cansancio. No daba crédito, aquello no podía estar pasando, debía permanecer para siempre en un cuerpo sin alma suspendido, flotando, alejado de cualquier tipo de sensación. Había aprendido a aceptar su estado hasta el límite de la imaginación, esa chispa, esa maldita chispa estaba alterando su suplicio, y su único deseo era caer, hundirse, no quería seguir mirando esa silueta, pero no podía volver a girar sus ojos, no podía apartarlos, en el fondo la curiosidad siempre gana la batalla, nadie puede vencer a la curiosidad humana, y aunque ya no, alguna vez fue humano.

La silueta empezaba a resultar familiar, pero era imposible que viniera a verle, ahora no, no podía verle así, y no quería verla. Si la veía, desearía de nuevo, despertaría, volvería a la consciencia, tendría que luchar otra vez, y se había jurado una y otra vez que dejaría a la serpiente que hiciera lo que tenía que hacer, lo que siempre había hecho.

La chispa, palpitaba, palpitaba y crecía, y se definía, él sentía, sus nervios ya no paraban, como un avispero, le provocaban todo tipo de sentimientos, calor, frío, dolor, fatiga, cosquilleos, nauseas, vértigo. Y entonces la luz de la chispa creció en intensidad, no era blanca, era dorada. Al fin ella le habló y fue como si todo se detuviera, como estar sumergido en hielo, como estar hirviendo en el Flegetonte, el río del Séptimo Circulo.


- Héctor, ¿puedes oírme? -.



Fin del primer acto, continuará...

Nemotoshakunage

Llevaba horas sujetando aquella manguera, los turnos ahora eran mucho más largos, sólo quedaban unos doscientos trabajadores, trabajando para muchos millones. Todos conocían los riesgos pero nadie flaqueaba, nadie pensaba en huir. Le quedaban diez minutos para poder abandonar su puesto, pronto pasaría por los controles de seguridad y por la ducha de descontaminación.

Cuando estalló el primer reactor, cundió el pánico, nadie pensó que podrían aguantar como lo estaban haciendo, los problemas en los seis reactores se sucedían y ya se hablaba de apocalipsis. Pero ellos seguían teniendo fé, pensando que su esfuerzo y su sacrificio acabarían dándoles la razón. Era muy duro porque todos tenían una familia en la que pensar, que no entendía porque tenían que seguir allí.

La opinión fuera del país era aun peor, al menos no recibían críticas y si muestras de apoyo. Todos sabían que eran muchos los que rezaban por ellos en todo el mundo, y eso les infundía valor y esperanza. Ya les llamaban los "50 héroes de Fukushima".

Muchos deberíamos aprender de los valores de su país, un país que se ha sobrepuesto a luchas internas, guerras cruentas, catástrofes naturales y ha sabido mantener su esencia, el honor, la tradición, la familia, la educación y el respeto por sus mayores. Valores que el resto del mundo trata de olvidar y que sin duda son los que han hecho aguantar al grupo de unos doscientos trabajadores de la central de Fukushima.

Desde este humilde blog, de un escritor frustrado amante de Japón, escribo estas líneas para apoyar a los 50 Héroes de Fukushima.

* Nemotoshakunage: flor de la prefectura de Fukushima (Rhododendro)

Universo 13

Sopa de miso caliente.

Pasear por el parque le resultaba siempre muy relajante. Su mente se evadía de lo cotidiano, de la rutina. A veces incluso se abstraía hasta el punto de no saber donde se encontraba, y cuando un bocinazo o un frenazo inesperado le devolvían a la realidad era como salir de un profundo sueño.

Su mente en estos momentos de evasión saltaba entre recuerdos del pasado o deseos del futuro. Los viajes por el pasado solían ser tristes y solitarios, recuerdos de amores perdidos o de oportunidades frustradas. Las raras incursiones en el futuro eran golpes de brisa de mar, adoraba el mar, propósitos casi siempre no cumplidos pero esperanzadores al fin y al cabo.

Esa mañana, sumido en sus divagaciones su paseo le llevó al mercado del barrio. La mayoría de sus paseos solían acabar en lugares que le resultaban agradables, y el mercado era de sus favoritos. Sin pensarlo entró y fue dirigiéndose uno a uno a sus puestos de costumbre. Compró verduras, algo de carne y bastante fruta.

Tras realizar las compras habituales, continuó con el paseo por el antiguo barrio volviendo pronto a sumirse en su mundo de recuerdos. La mañana era fresca a pesar de estar pasando por un verano especialmente caluroso, todo apuntaba a que tendrían otro día de mucho calor, pero por ahora la temperatura era agradable. Ralentizó el paso para alargar un poco el camino que le quedaba hasta casa. Se cruzó con un par de vecinos a los que ni siquiera vio, y que le dedicaron sendas miradas de reproche. No era muy popular en su comunidad, más bien al contrario, sobre él circulaban todo tipo de rumores, cotilleos y críticas. En su bloque la mayoría de vecinos eran ancianos o matrimonios con muchos hijos. Un hombre de treinta y cinco años, soltero y con fama de juerguista taciturno y mal humorado no encajaba.

Cuando llegó al portal, intentó sacar las llaves del bolsillo sin soltar las bolsas, y la mayor parte de las verduras acabaron rodando por el suelo del porche. Una vez recogidas todas las damnificadas hortalizas, abrió la puerta con cara de perro y subió al trote las escaleras. El apartamento estaba en penumbras como casi siempre, alguna vez, cuando no le quedaba más remedio, abría todas las ventanas de par en par para ventilar la casa, cosa que no ocurría muy a menudo. La televisión estaba encendida, con un canal de cine clásico que era casi lo único que veía. Cary Grant y Katharine Hepburn corrían por un jardín persiguiendo a un leopardo al que llamaban baby cantando una absurda canción. Pasó a la cocina ordenó la compra de forma meticulosa, la cocina era la única parte de la casa que estaba perfectamente ordenada y limpia. En el dormitorio se desnudo tirando la ropa encima de la cama y entró al baño. Le encantaba ducharse era algo que hacía de forma compulsiva y mucho más en verano. Casi siempre perdía la cuenta de las veces que había pasado por la ducha a lo largo del día.

En la casa podía oírse un zumbido constante de ventiladores, al menos tres ordenadores permanecían encendidos constantemente. Se acercó al portátil que había dejado en la mesa baja del salón, en la pantalla apareció el procesador de textos con trescientas veintitrés páginas escritas. Trescientas veintitrés páginas que consideraba basura, a pesar de llevar varios años como escritor, a pesar de amar la literatura, a pesar de haber ganado mucha pasta con su primera novela, su trabajo le asqueaba. El aprecio de la crítica, de los medios de comunicación, de sus fans, le provocaba arcadas. Cogió del suelo al lado de la mesa una botella de Johnnie Walker y la vació en un vaso sucio sobre la mesa. El trago le revolvió el estomago y le puso el vello de punta, el alcohol caliente a las diez de la mañana solía tener ese efecto. No era un alcohólico, al menos él no se consideraba como tal, pero si era un bebedor bastante habitual. No solía emborracharse pero si alcanzar un estado de embriaguez que denominaba el parnaso del escritor. Sus novelas eran consideradas un soplo de aire fresco, de modernidad, intimistas y muy “cool”, una basura para postmodernos y culturetas en su opinión. Se había convertido en un gurú de la literatura y en el fondo era culpa suya, por ser un escritor pretencioso y ególatra. Ahora odiaba todo eso, pero le daba de comer y le pagaba todos sus absurdos caprichos. Muchas veces pensaba en que algún día mandaría todo al carajo, pero sabía que le gustaba demasiado la buena vida como para tirar por la borda su éxito y su dinero.

Escribió un par de horas haciendo tiempo hasta la hora en que empezaba a preparar la comida, era uno de los mejores momentos del día, disfrutaba mucho con la cocina, pero luego a penas comía. Adoraba sobre manera la cocina japonesa. La admiración por el estilo de vida y la cultura del país nipón le atraían desde niño, y en cuanto empezó a desarrollar un interés por la cocina una cosa llamó a la otra. Así descubrió la sopa de miso, un plato sencillo, de fácil preparación y bastante de moda en occidente. La preparaba casi a diario y la tomaba con cualquier cosa. Estaba muy enganchado a la sopa de miso, para él era uno de esos pequeños tesoros que se encuentran en la vida y que guardaba con recelo. Su receta era algo sumamente secreto que nunca había compartido con nadie. A pesar de que elaborar una sopa de miso no tiene mucho misterio, era tan estricto con las proporciones y con los ingredientes que había llegado a desarrollar una auténtica formula secreta. Rara vez tenía invitados, pero si su editor o su madre alguna vez pasaban por casa tenían asegurado un tazón de sopa quisieran o no. Cuantas veces había soñado con ser el dueño de un pequeño restaurante en algún barrio a las afueras de Tokio y que la gente hiciera cola para probar su sopa de miso secreta. Algún día cuando fuera un viejo escritor cascarrabias considerado una eminencia como literato, con tanto dinero que ni supiera cuanto tenía, abriría ese restaurante, sería algo muy divertido.

Acababa de terminar la sopa y sonó el teléfono, lo encontró debajo del sofá de la “sala de lectura”, una habitación llena de libros que olía a cerrado y a polvo. Cuando colgó después de hablar con su editor pensó que quizás abriría ese restaurante antes de lo que creía, le habían propuesto para recibir el Premio Nobel de literatura. Mientras volvía a calentar la sopa se descubrió pensando en como sería interpretar el papel de Paul Newman, como escritor aficionado a la bebida, mujeriego y caradura en la capital de Suecia. La sopa ya estaba caliente, como a él le gustaba, no había nada peor en la vida que una sopa de miso fría.

Universo 12

Hibernación.

PRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR...
Clic...
$ Iniciando sistemas
$ Preparando la fase cognitiva
$ Ondas cerebrales activas
$ Hola Doctor Marshall

Umm, ¿otra vez?

$ Iniciando funciones pulmonares
$ Iniciando funciones cardiovasculares
$ Fase ocular

Uh, luz. Duele. Nunca me acostumbraré a estos despertares. Computadora, inicia los sistemas de consultas médicas. Y por favor prepara un informe de la situación actual.

$ Preparando estadí­sticas
$ Conectando con las bases de datos médicas
Clic
$ Descongelación, 75%

De vuelta a la vida. Computadora ¿años desde la pandemia?

$ 462
$ Fecha: 1 de Enero
$ Hora: 0:02

Joder, cuatrocientos años. ¿Cuántos desde la última vez?

$ 150
$ Conexión con bases de datos... Activa
$ Estadí­sticas... Listas

Sorpréndeme. ¿Vacunas posibles? ¿Avances médicos?

$ Vacunas concluidas: 0
$ Avance hacia una posible vacuna... 55%

Mierda, dame alguna alegrí­a. ¿Población actual y número de humanos?

$ Población aproximada: 103.723 formas de vida
$ Humanos: 5302

Cada vez menos, pero la cifra parece que se va estabilizando. ¿Estaremos ante el fin de esta pesadilla? Computadora ¿Dí­as de vida sin asistencia y sin hibernación?

$ 413

Cof, cof. ¿Posibilidades de encontrar una cura en ese periodo?

$ 33%

¿Qué recomiendas? cacharro.

$ Nuevo periodo de hibernación hasta alcanzar el 75% de probabilidades de obtención de una vacuna efectiva.

Tu mandas maldita sea. Nunca saldré de aquí­. Pero quiero que sepas que algún dí­a me la tendré que jugar, tendré que salir, volver a las investigaciones, aunque el precio sea la vida. Pero acaso puedo llamar a esto vida. Computadora, inicia la hibernación.

$ Parando servicios activos
$ Iniciando fase de hibernación
$ Duración estimada: 500 dí­as

$
$
$
$ Feliz año, Doctor Marshall