Universo 3

Negrura.

Oscuridad completa, silencio completo. A su alrededor olor a humedad, a tierra mojada. Se levanta del suelo, le duele todo el cuerpo, pero sobre todo nota una aguda punzada de dolor en el costado. Renqueando comienza a caminar, con las manos por delante, tanteando el aire. Por fin topa con una pared, por el tacto es de madera. Comienza a seguirla, torpemente, tropezando con varios objetos. La habitación parece pequeña, pronto llega a otra pared y desde ahí a unas escaleras también de madera. Subirlas vuelve a recordarle el dolor del costado. No tarda en llegar a lo que adivina es una puerta. Está atrancada desde el otro lado. Es en este momento cuando se para a pensar en su situación. Sale de su duermevela, como si alguien hubiera apartado una venda de sus ojos. El pánico se apodera de su mente, aporrea la puerta con violencia y grita, grita hasta perder la voz. Tras lo que parece una eternidad se derrumba a los pies de la puerta y gime impotente.

En un rincón en medio de la nada, trata de recordar. Lo último de lo que tiene memoria es de haberse acostado junto a su grupo de amigos en la tienda de campaña, en el área de acampada del camping. Habían decidido ir a pasar el fin de semana todos juntos a la montaña, Utah es un Estado muy apropiado para organizar este tipo de acampadas. Bosques enormes y alejados de toda civilización. Pero ellos habían acampado en un camping muy concurrido, en la explanada donde habían montado la tienda, debían haber otras quince o veinte. Recordaba haber estado bebiendo alrededor de la fogata, cantando y riendo, hasta que acabaron con todo el Whisky.

Alguien debía haberla sacado de la tienda arrastras, o ella misma debía haber salido en medio de la noche a hacer sus necesidades. Alguien la había golpeado y traído hasta este sótano. Si eso era lo que había ocurrido, entonces tenía problemas. En su país era algo relativamente normal que la gente desapareciera en la montaña, pero estaba segura de que sus amigos ya habrían hecho algo. No tenía noción del tiempo ni forma de saber cuanto llevaba allí. Sentía la cabeza embotada, pero no podía saber si era la resaca o algo que la hubieran dado. Comenzaba a estar realmente asustada, tenía frío y tiritaba en su rincón. Ya no la quedaban lagrimas, y la garganta estaba inflamada de tanto gritar. El cansancio y el nerviosismo al final pudieron más que el miedo y se quedó dormida.

Cuando despertó todo seguía igual, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo apreciar que a través de la puerta se filtraba una tenue luz. Por poca que fuera era lo primero que veía en lo que ya parecía mucho tiempo. Se acercó despacio, temerosa y cuidando de no tropezar para no hacer ruido. Según se acercaba a la puerta comenzaba a vislumbrar algunas formas a su alrededor, a su derecha una estantería destartalada y frente a ella los primeros peldaños de las escaleras. Cuando se disponía a subir el primero de ellos la puerta se abrió de golpe.

Por un momento la luz la cegó por completo, tardó unos segundos en adaptarse al brillo que enmarcaba la gran figura. Más tarde pensaría que hubiera sido mejor no ver nada. Por las escaleras bajaba pesadamente un cuerpo enorme. La cabeza cubierta por una especie de capuchón, terminó de bajar y se plantó frente a ella. El grito no llego a salir de su boca, ni siquiera cuando una de las enormes manos cruzó su cara y la lanzó contra la estantería. Hubiera sido una bendición perder el conocimiento, pero no tuvo esa suerte. El gigante se agachó y la elevó asiéndola por los cabellos. Un puño se alojo por debajo de sus costillas dejándola sin aire. Una tos, un estertor y un nuevo fulgor cruzando su cara. Ya no sentía los golpes. Pero sabía que si no paraba pronto la mataría.

Abandonó la inconsciencia, para encontrarse tirada en el suelo de barro del sótano. El mal olor era el su propio orín, que empapaba sus pantalones y formaba un charco bajo su cuerpo. Nunca podría haber imaginado que el dolor pudiera llegar a estos extremos. O alguien la ayudaba y pronto, o antes de que aquel animal la matará se volvería loca.

Su ropa parecía intacta aunque sucia, y eso al menos quería decir que no había intentado violarla, de momento se había conformado con la paliza. Debía pensar en algo, tendría que enfrentarse a él la próxima vez que la visitara, pero ¿cómo enfrentar a aquella mole sin ni siquiera fuerzas para ponerse en píe?.

Se incorporó lo más rápido que pudo, se orientó en la habitación y comenzó a buscar la estantería. No tardó en dar con ella, estaba llena de todo tipo de objetos. Torpemente rebuscó entre la multitud de cosas desparramando muchas por el suelo y por los estantes. No encontró nada pesado ni punzante. Estaba desesperada, tenía que encontrar algo, era su única oportunidad.

Robert Johnson, llevaba matando jóvenes excursionistas desde 1974. No le importaba que fueran hombres o mujeres, solo le importaba su edad. Tenían que ser jóvenes porque así al asesinarlas su fuerza vital entraba en él. Robert padecía un trastorno esquizofrénico desde su infancia. Y había crecido junto a su madre soltera en aquella granja en las montañas. Cuando su madre murió, comenzó a realizar sus secuestros y asesinatos.

Amanecía el tercer día desde su último secuestro, y Robert se disponía a realizar su trabajo de matarife. Nunca mantenía los jóvenes más de tres días vivos. Pero debía retenerlos allí un tiempo para facilitar las cosas. No era nada fácil matar a alguien, pero Robert se había convertido en un experto. Abrió la puerta del sótano y descendió lentamente. La chica ya no estaba en el suelo, se había despertado y debía haberse escondido al oirle llegar. Estaba llegando al píe de las escaleras cuando vio el cable tensado entre las dos barandillas, pero era tarde para Robert Johnson. Tropezó y su enorme corpachón se precipito contra el suelo. Todo el golpe lo recibió el hombro que crujió con un ruido sordo. A penas había comenzado a girarse, cuando escuchó la respiración entrecortada tras él. Se volvió con el tiempo justo para ver a la chica descargar el golpe.

El azadón que Laura alzaba sobre su cabeza bajó con asombrosa velocidad, penetrando en el craneo de Robert, destrozando cuero cabelludo, hueso y sesos.

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